miércoles, 14 de mayo de 2008

POESIA DE DEMOLICIÓN

Queríamos tanto a Alejandra

En los crepúsculos interminables
de tu insípida infancia,
soñaste despierta un futuro
sin tu pueblo somnoliento,
sin calles de tierra arboladas,
sin cigarras en la siesta
ni vecinos tomando mate en camiseta.
Soñaste un futuro
sin una vivienda como todas,
con un pequeño jardín al frente,
sin un perro mestizo,
demasiado agobiado por el calor
como para molestarse en ladrar;
sin tu padre militar leyendo el diario,
ni tu madre, ama de casa, mirando la TV.
Sin tu hermano arreglando su auto viejo
ni tu hermana casquivana platicando por teléfono.
Soñaste un futuro
sin horas de tedio que matar leyendo
bajo los sarmientos de una parra;
sin amigas locuaces
parloteando a la sombra de un paraíso,
sin hombres siempre esquivos,
ni letales jornadas de escuela.
Un día, no distinto a otros,
hallaste en la librería del poblado,
entre novelas de Corín Tellado
y manuales colegiales,
una biografía de Alejandra.
Sin cautela te asomaste
al espejo de aguas oscuras
de aquella existencia desdichada,
y te enamoraste de ella.
Sucumbiste ante su origen ordinario,
no tan distinto del tuyo.
Te sedujeron la indiferencia familiar,
su lucha contra la obesidad,
el acné de su rostro redondeado,
las anfetaminas y los emparedados de mortadela
que nunca pudo dejar de consumir,
el desengaño con los hombres,
su apenas velado lesbianismo,
el desamor y la congoja
que siempre anunciaron su inmolación
Te enamoraste de esa otra vida posible,
sin ocasos opresivos
llenos de tedio y cotidianeidad.
Soñaste una vida heroica de rechazo y humillación,
una muerte perfecta
anunciada en mil poemas.
Imaginaste un padre autoritario y represor
esbirro del terrorismo de estado;
una madre anorgasmica sometida a su cruel esposo,
que te castigara cuando denunciases
los abusos a los que te sometieran
los múltiples novios de tu hermana.
Un hermano incestuoso
que te espiara en la ducha,
un salvaje mastín
que siendo infante te dejara
marcas imborrables
en tu rostro;
un maestro infame
que desestimara tus capacidades literarias
a quien dedicar, con sublime ironía,
tu primer premio Clarín.
Un libidinoso sacerdote que intentara seducirte
a tierna edad
y marcara así tu rechazo por las religiones.
Una amiga que traicionara
esa prohibida relación lésbica que mantuvieran
(y que habría de escandalizar
a la mojigata sociedad pequeño burguesa de tu aldea)
y escapara con tu novio.
Un novio que te engañara con tu mejor amigo gay,
del que habrías estado enamorada secretamente
desde la pubertad.
Pero tu vida siempre ha carecido
de ese sufrimiento
sin el cual la poesía
sólo es una ausencia,
una cáscara vacía
azotada de polvo, calor y aburrimiento.
Soñaste que algún día
todos leerían en tu lírica
la marca de ese dolor,
bello y ansiado padecimiento,
que te era negado
por ese sinsentido llamado felicidad.
Soñaste un futuro
en el que la editora
de una cardinal publicación literaria
te rescatara post mortem
de esta existencia pueblerina,
de tus amigas que se niegan a experimentar el lesbianismo,
del calor y la humedad,
de los vecinos en camiseta,
de tu padre que se hizo militar a falta de un buen trabajo;
de tu madre siempre dispuesta a escucharte,
de tu perro que no ladra,
de tu hermano que no entiende que le gustes a sus amigos,
de tu hermana, buena piba pero algo hueca,
de la obra poética que nunca te sentás a escribir,
de ese intento de suicidio,
que siempre, siempre
dejas para mas adelante.


Cosas importantes

Desearía, por un instante,
nacer el mas ignorante de los hombres civilizados.
Encender la televisión
y sorprenderme ante la existentencia
de aquel que hace bailar a los paralíticos,
cantar a los afónicos
y patinar a los descaderados.
Recobrar cierta capacidad de asombro
y preguntarme
que le pasa,
porque grita,
que le duele…
Elegiría desconocerlo todo
acerca de la chica
que decía ser virgen;
de la piquetera y el baile del caño;
de aquellos encerrados en una casa,
o quienes dedican su tiempo a la farándula,
sea lo que eso sea.
No es que sepa mucho acerca de ellos…
lo poco que se,
ocupa demasiado espacio.
Temo que ciertas cosas tengan la capacidad
de desplazar a otras mas importantes
y pronto olvide
el sabor de la cereza,
el olor de un buen vino,
ese poema que tanto me costo memorizar,
aquella fecha importante.


Las cosas por su nombre

No se en que nombre pensó
Dios para ella.
La llaman Sudamérica,
América del sur:
América latina,
la América morena,
América cobriza.
Dicen que el señor hizo el edén
pensando en ella:
algunos la llaman
paradisíaca tierra despojada
del oro y la plata,
del salitre y el caucho,
del cobre y el petróleo.
La llaman tierra de pueblos originarios,
de imperios precolombinos;
algunos la llaman
tierra gozosa de revoluciones,
América bolivariana,
América sanmartiniana,
la América del Che y Sandino.
La llaman la América verde,
la América frondosa,
la América de los hombres del maíz;
algunos la llaman
la de la savia mineral,
América indígena,
cintura cósmica del sur.
No se en que nombre pensó
Dios para ella:
sólo se que otros,
algo más pragmáticos,
la llaman
el patio trasero.

Satori

Tajima no Kami anhelaba,
mas que nada en el mundo,
alcanzar la iluminación.
Como todos los maestros
se negaran a recibirlo,
partió hacia el monte Futara,
para solicitar las enseñanzas
de sensei Banzo,
último buda viviente.
Al verlo cansado, hambriento y andrajoso
Banzo lo golpeo con una vieja escoba gritándole:
¡vete de aquí, perro sarnoso!
Tajima no Kami, sólo, bajo la lluvia
comprendió el sentido de la humildad.
Cuando comunicó a su maestro esta conclusión,
Banzo se limitó a escupirle en el rostro,
Tajima comprendió kenshin ken,
la opinión errónea que proviene de datos inciertos.
Cierta vez, Banzo lo empujo desde un alto puente
a las frías y cristalinas aguas del río…
allí, a punto de ahogarse, comprendió Tajima
el sentido último de ikioi, la respiración.
Y cuando Banzo lo arrojó a un profundo precipicio,
entendió, tras un mes de coma profundo,
la naturaleza de ku, el vacío.
A la primavera siguió el verano;
a este siguió el otoño
y luego el invierno…
y nuevamente la primavera.
Tajima no Kami crecía en sabiduría,
entendimiento y lesiones invalidantes
Fue una tarde calurosa
observando una flor de cerezo
enredada en los blancos cabellos de Banzo
que en estado extático dijo:
¡he visto al buda en mi camino!
A lo que el viejo sensei contestó distraídamente:
“si ves al buda en tu camino, mátalo…
pues no es el verdadero buda.”
Tajima no Kami tomo el bastón de su maestro
y golpeo a Banzo hasta matarlo…
entonces, alcanzó el satori.


Quince segundos

Como Warhol sentenciara,
todo hombre merece sus quince
minutos de fama
Pero como en televisión
el tiempo es tirano,
hemos decidido
dedicar mayor espacio
a la pauta publicitaria
y la programación autorreferencial.
Así que, lo sentimos,
de ahora en más
la cosa es así:
todo hombre puede aspirar
a quince segundos de notoriedad
en horario no central.

Historia de vida

Naciste, berreaste,
te ensuciaste,
te amaron,
amaste.
Creciste, chillaste;
jugaste, perdiste.
Te enamoraste,
sufriste, toleraste,
te angustiaste, te rebelaste,
pataleaste, gritaste,
te cortaste, te drogaste,
te encerraron,
sobrellevaste, aguantaste,
te ahorcaste…
tomaste Rivotril, Alplax y Zoloft.
Te portaste bien,
escondiste, callaste, silenciaste;
te tomaste todas las pastillas juntas:
te lavaron el estomago,
te aislaron;
te inyectaron Halopidol, Risperdax y Lexotanil.
Te calmaste, babeaste, disimulaste;
te portaste bien.
Ingeriste Foxetin, Survector y Rohypnol.
Te descompensaste,
entraste en fase maníaca,
gritaste, vociferaste, aullaste,
lastimaste,
te lastimaron…
Te aplicaron electrosismoterapia,
Valcote, Tegretol y Midax.
Hiciste laborterapia;
tomaste Lamictal y Sidenar;
participaste de la terapia de grupo,
te portaste bien,
miraste televisión,
cooperaste, te equilibraste,
te deprimiste;
te dieron Lithium, Emotival y Anafranil,
saliste, paseaste, te alegraste.
Te portaste bien,
te integraste,
te bajaron la medicación,
te soltaron.
Trabajaste, fuiste bueno,
útil a la sociedad,
sujeto productivo,
no agrediste,
no peleaste,
te adaptaste…aprendiste.
Ahora, ya está,
¿qué más queres?
nadie te dijo que ibas a ser feliz.

Insumos


Carecemos;
no poseemos,
estamos faltos,
el producto escasea.
Estamos carentes,
desposeídos, desprovistos, huérfanos,
desamparados, solitarios, desabrigados.
La bolsa de Tokio no ayuda,
los insumos están por la nubes,
el riesgo país lo complica.
Le aseguro que nunca estuvimos,
tan asediados, sitiados, ceñidos;
tan custodiados, cercados, acorralados.
Nunca necesitamos tanto de él,
nunca nos costo tanto hallarlo,
Lo podemos pedir por catálogo…
estamos escasos,
la distribuidora no entrega,
no recibimos por el conflicto gremial,
la importación lo encarece,
la suba del dólar,
la cotización del yen,
el alza del euro,
la inestabilidad del los mercados bursátiles.
Estamos privados, insuficientes,
cortos, limitados;
¿Qué quiere que le diga?:
parece que van a discontinuar el producto.


Letanías de Alberto C.

Oh tú, ángel sabio y bello amado por los excedidos de peso,
señor de la dieta y los adipocitos,
¡oh Alberto, ten piedad de nuestra larga miseria!
Príncipe de la ingesta cada tres horas y el yogurt descremado,
el caramelo acido y el caldo desgrasado,
¡oh Alberto ten piedad de nuestra larga miseria!
Tú, omnisapiente soberano de las tardes televisivas,
familiar curandero de abdómenes ensanchados,
¡oh Alberto, ten piedad de nuestra larga miseria!
Tú que bajo tus alas cobijas al hiperobeso,
y le das una ley nacional que lo ampare,
¡oh Alberto, ten piedad de nuestra larga miseria!
Oh tú, que nos diste los grupos semanales de autoayuda
y una reunión anual en el luna park donde alabar tu nombre,
¡oh Alberto, apiádate de nuestra larga penuria!
Tu que das a quien ha llegado a su peso ideal
la identidad vitalicia de un obeso regenerado,
¡oh Alberto, apiádate de nuestra larga penuria!
Bastón de los desterrados de los placeres de la mesa,
cayado de los hambrientos nunca saciados,
¡oh Alberto, ten piedad de nuestra larga miseria!
Danos tus dones, bello señor,
tu línea de productos bajas calorías
y la bondad desinteresada de tu consejo.
Apiádate de nosotros, dulce maestro
y concédenos un lugar en tu fundación,
para que seamos delgados y dignos de llamarnos tus hijos.
¡Oh Alberto, ten piedad de nuestra larga miseria!


Self control

Manténgase tranquilo,
no cometa una locura;
antes de hacerlo,
piense en sus seres queridos.
Conténgase;
semejante acción
no puede reportarle
ningún beneficio.
Respire profundamente.
En casos como este
es necesario actuar con prudencia.
Levántese del sillón
en el que se halla sentado;
no se apresure,
incorpórese lentamente.
Con la mano derecha,
deposite ese libro
que lleva en ella
en el suelo.
Evite la tentación de abrirlo;
con celeridad y firmeza,
empújelo con un pie
lo más lejos posible
de su persona.
Ahora si,
esto es de vital importancia:
con extrema premura,
tome en sus manos
el control remoto
y sin preguntas
o molestos cuestionamientos,
encienda la televisión.





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