sábado, 10 de mayo de 2008


El crisantemo y la espada
(Acerca de las estructuras perversas en Mishima)


El crisantemo y la espada son, al decir de Yukio Mishima, los símbolos que definen la esencia de la cultura japonesa. El crisantemo representa las leyes y las artes; la espada, el estricto código de honor japonés representado por el Bushido (Camino del hombre de armas) un refinamiento que contempla las normas que rigen el vivir y morir del Bushi (Guerrero Samurai), su heroísmo y fidelidad al Daymo (Señor Feudal) y al Mikado (Emperador)
En la antigua tradición Samurai, el ideal de hombre se resume en tres kanjis (Ideogramas): Zen, Ken, Shu... La meditación, la espada y la pintura. El guerrero practica la meditación sobre la vida y la muerte, una actitud de frío desapego ante ambas: Sakura, la flor del cerezo, representa la vida del Samurai... dispuesto a morir por su señor (La flor del cerezo es sencilla, bella... y sobrevive muy poco tiempo en el árbol). La espada, el manejo de la katana (Espada curva) de la cual depende la existencia del guerrero, y que, llegado el caso puede convertirse en instrumento de autoinmolación para limpiar su honor (Seppuku: suicidio ritual que no debe confundirse con el harakiri, muerte deshonrosa reservada a los funcionarios corruptos). Por último, la pintura y la escritura: en Japón el hombre de letras es a la vez un artista que con su pincel plasma en la belleza de sus kanjis, la meditación, la pintura y la poesía.
El Bushi no es sólo un militar, es un hombre que representa los más altos valores del Japón tradicional.
Los valores de la cultura occidental son sumamente diferentes. Se ha dicho que la cultura occidental es una “Cultura del pecado” (Culpa), mientras que la japonesa lo es de la “Vergüenza”. Esta diferencia marca un abismo difícil de soslayar en la interpretación psicoanalítica de un artista japonés. Para comprender esta diferencia, nada mejor que escuchar las palabras del propio Mishima: “Hoy se pretende prescindir de todas las normas de conducta tradicionales, y el japonés moderno descubre que al mismo tiempo ha perdido la base para una moral. En nuestro corazones, tantos siglos templados en el código del Samurai, ha brotado una extraña paradoja: sin etiqueta no tenemos moral.” (Prólogo a “Jóvenes Samurais” documento fotográfico sobre las artes marciales japonesas)
La quiebra voluntaria o involuntaria de las normas de cortesía, urbanidad o etiqueta constituye una de las mayores vergüenzas que se paga con la pérdida del honor (Y el honor, sólo se lava con el Seppuku).
Yukio Mishima (Kimitake Hiraoka; el pseudónimo lo elige el autor siendo adolescente: Mishima es un pequeño pueblo al pié del Monte Fuji; El Kanji y la resonancia del nombre Yukio sugieren la imagen de la nieve.) Nació en 1925 y se practicó el Seppuku en un confuso episodio a los 45 años, en 1970. Fue uno de los artistas más importantes del Japón moderno y una notable influencia en la literatura europea de los años `60. su obra constituye un puente innegable entre la “Cultura de la vergüenza” nipona y la “Cultura de la culpa” europea: intelectual comprometido con las tradiciones de su pueblo es, al mismo tiempo, el más europeo de los japoneses.
Antes de emprender el estudio psicoanalítico de su vida y obra se impone una aclaración: la máscara con la cual Mishima enfrenta su existencia se encuentra teñida por sus conocimientos en materia de psicología, psiquiatría y psicoanálisis... nada en él parece casual o marcado por el azar.
Durante los años `50, Japón conoce el psicoanálisis pero nunca termina de asimilarlo. En “Música” (Una novela corta de Mishima) se narra la historia de una mujer que, desesperada, recurre a un psicoanalista porque no puede escuchar los sonidos de la música; es interesante notar que este se comporta como una curiosa mezcla entre psiquiatra (Con amplio vocabulario psicoanalítico), Chaman Shintoista (Religión animista tradicional), sacerdote Budista y Sherlock Holmes.
Del corpus general que compone su actividad artística y existencia pública, considero de sumo interés recortar algunos aspectos: su publicitado narcisismo, el interés por las imágenes y las superficies espejadas y el acto con que da fin a su vida: el Seppuku.
Todos estos aspectos aparecen imbricados bajo el poderoso tejido de las estructuras perversas, especialmente aquellos aspectos que no duda en mostrar: homosexualidad, fetichismo, sadismo, etc. Un texto temprano, escrito a los 23 años, “Confesiones de una máscara” es considerada por el autor como la primera autobiografía. Esta novela narra el drama de un niño-adolescente que despierta al sexo con terribles fantasías sádicas, para hallarse distinto a todos sus amigos antes los cuales simula interesarse por las mujeres mientras sólo le atrae el cuerpo de otros hombres. Intenta convencerse de que está enamorado de la hermana de un amigo, esperanza que desaparece cuando, en compañía de ella, ve, en un baile, unos muchachos musculosos y se siente profundamente excitado por el mechón de vello que asoma de las axilas de uno de ellos.
Antonio Vallejo Nágera, un psiquiatra español autor de uno de los mejores textos sobre Mishima, considera demasiado perfecta la descripción: las fechas, los lugares, el autodiagnóstico y los personajes trazan un efecto de realidad; Mishima el sádico, el homosexual, el fetichista... ¿Una máscara?
Los testimonios post mortem de su madre, su esposa, sus amigos, dos psiquiatras que lo atendieron, parecen contradecir lo dicho por el propio autor, es necesario señalar que la homosexualidad no recibe ni una condena explícita, ni se considera en Japón vergonzosa para el que la practica: Hagakure, un estricto manual moral para uso de los guerreros, la considera como no reprobable en la juventud y en tiempos de guerra. La condición es que aquel que la practica se case y tenga hijos... y que no se mezcle con hombres de condición social inferior.
En una escena de “Confesiones de una máscara”, el personaje eyacula espontáneamente (Sin mediar masturbación) ante una fotografía del “San Sebastián” de Guido Reni. En “Colores prohibidos” una novela menor en su producción, describe con “Frialdad quirúrgica” el mundo “Gay” en el Tokio de post guerra. Para escribir esta novela acude asiduamente a cabaretes y bares de homosexuales junto con sus amigos, a los cuales no parece extrañar esta situación: consideran que se encuentra investigando para su nueva producción.
Si consideramos algunos aspectos de la vida y obra de Mishima veremos en él la estructura perversa no manifiesta que subyace a sus dichos: a través de un desbordado exhibicionismo convence al espectador de su “Perversión manifiesta”, pero, al mismo tiempo oculta rasgos no manifiestos que lo ubican en esta misma estructura: un juego de luces y oscuridad que conoce muy bien del maestro Kabuki (Teatro tradicional japonés); en oposición al actor que representa el drama, existe otro, llamado a actuar su no presencia, el Bunraku (Actor que viste de negro y se encarga de ciertos efectos de iluminación y utilería. Un Bunraku es considerado un gran actor cuando menos se pueda percibir su presencia en el escenario). Como si se tratara de un verdadero Bunraku, las estructuras perversas de Mishima parecen actuar, constantemente, su no presencia. Se ha dicho que “El neurótico sueña lo que el perverso hará”. Mishima se exhibe continuamente: posa desnudo con las joyas de su esposa, se fotografía imitando “El martirio de San Sebastián”, canta a dúo con el famoso travestí Akihiro Maruyama, actúa en una película erótica, se suicida frente a las cámaras de TV para defender la unidad del Emperador... Para descubrir el hombre tras la máscara será necesario recurrir al relato biográfico.
Me limitaré a describir tres personajes influyentes en su infancia y un cuarto no presente.
Su padre es un empleado de ministerio descendiente de una familia burguesa salida del campesinado en el siglo XIX. Es un personaje distante y poco cariñoso preferiría ver a su hijo convertido en funcionario antes que artista.
Su madre presenta contornos más nítidos. Nacida de una familia de pedagogos confucianos, fue privada de su hijo, aún muy pequeño, que pasó a manos de su abuela paterna.
Pensando en ella, a los 33 años (Edad tardía para el matrimonio), Mishima recurre a una intermediaria que, siguiendo la antigua usanza, le consigue una mujer digna de él, para que aquella madre (A la que erróneamente creía enferma de cáncer) no tuviese que morir sin ver asegurada la continuación del linaje.
La abuela, una aristócrata venida a menos, nacida de una familia de samuráis, bisnieta de un Daymo (Príncipe), emparentada con la Dinastía Tokugawa, era una criatura enfermiza e histérica; el niño Mishima dormía en la misma habitación de la abuela a la que asistía en sus crisis, vendaba sus llagas y la guiaba al baño. Ésta lo vestía de niña y lo llevaba a las funciones rituales de No y Kabuki. La sensación de extrañeza que acompaña a Mishima durante toda su infancia es consecuencia de este precoz contacto con la enfermedad física y mental: es celosa y locamente amado y corresponde a este amor: “A los ocho años tenía una enamorada de sesenta”, escribía mucho tiempo después.
El cuarto personaje es su hermana, ausente en su obre y de la que existe apenas una mención en una de sus biografías. Esta hermana, muerta de tifus en plena adolescencia de Mishima (Tenía 16 años), constituye, al decir del autor, un dolor mucho mayor que la guerra.
En “Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci” Sigmund Freud señala la identificación con el ideal de YO materno presente en Leonardo: “En todos los homosexuales sometidos al análisis se descubre un importantísimo enlace infantil, de carácter erótico y olvidado después por el individuo, a un sujeto femenino, generalmente a la madre; enlace provocado o favorecido por la excesiva ternura de la misma y apoyado después por un alejamiento del padre de la vida infantil del hijo.”
Una abuela en clara seducción, una madre que, respetando los preceptos confucianos, entrega a su hijo al cuidado de la abuela, la figura desdibujada del padre (Atenta al modelo japonés que delegaba la crianza en la mujer), el recuerdo fresco de la muerte de la hermana... sobre este trasfondo se recorta la silueta de la perversión en Mishima. En el texto citado Freud señala que “El niño reprime el amor a su madre, sustituyéndose a ella; esto es, identificándose con ella y tomando como modelo si propia persona a cuya semejanza escoge sus nuevos objetos eróticos (···) decimos entonces que encuentra sus objetos eróticos por el camino del narcisismo”. El tabú del incesto, presente en todas las culturas, impide al niño la concreción del mismo; la madre objeto sexual durante el complejo de Edipo, es abandonada como tal a partir de la amenaza de la castración. ¿Qué sucede si esa genitalidad del niño es despertada tempranamente por la seducción y la estimulación externa? Como sugiere Marguerite Youcenar en “Mishima o la visión del vacío” La seducción de la abuela fue en la vida del autor de gran importancia para desarrollar ese sentimiento de extrañeza que lo acompañará toda su vida.
Mishima trascurre los años de escuela elemental en el Gakushuin (Colegio Imperial de los Nobles); tímido y asustadizo, convertido en un niño afeminado y débil, es rechazado por sus compañeros y profesores: “No soy ni precoz ni genio, sólo un engendro desagradable (···) me he ido convirtiendo en un ser raro y desapegado de todo y de todos (···)” dirá de sí mismo.
Es muy interesante el relato que hace del que llama “Su primer recuerdo conciente”, a los cuatro años de edad. El primer encuentro con la expresión anatómica de la genitalidad ocurre al advertir el abultamiento genital de un recogedor de excrementos (Individuos que retiran todas las noches los depósitos de excrementos de las casas que no tenían red cloacal). Esta asociación coprofílica se orienta, muy tempranamente hacia el olor del sudor: “Otro recuerdo es el olor del sudor, un olor que despertaba mis deseos, más fuertes que yo”. Más adelante señala que “Es necesario señalar que el olor, a esta edad, no tenía la menor relación con sensaciones sexuales, pero tenaz y gradualmente fue despertando mi apetencia sensual (···)”.
A los doce años, siente la primera atracción sexual durante la clase de gimnasia al percibir en un compañero mayor, la aparición del vello axilar. Omi (El adolescente por el cual se siente atraído) resulta muy parecido en su descripción a Morita, el joven que se practicaría el Seppuku junto a Mishima, muchos años después. Esta marcada similitud despertará las suspicacias de sus contemporáneos que consideraban el Seppuku de ambos como Shinju (Suicidio de amantes). Dice el autor: “Sin duda fue la vista del pelo bajo la axila de Omi, lo que convirtió el sobaco en un fetiche para mi”.
El fetichismo se presenta como una desviación con respecto al objeto; en “Tres ensayos” Freud nos dice: “El sustitutivo del objeto sexual es, en general, una parte del cuerpo muy poco apropiada para fines sexuales (Los pies o el cabello) o un objeto inanimado que está en visible relación con la persona sexual, y especialmente con la sexualidad de la misma (Prendas de vestir, ropa blanca)”, y agrega posteriormente: “En la elección del fetiche se demuestra (···) la influencia continuada de una intimidación sexual experimentada, la mayor parte de las veces, en la primera infancia, fenómeno comparable a la proverbial capacidad de perdurar del primer amor en los normales”. Las citas de Freud nos remiten una vez más a la extraña relación de Mishima con su abuela.
Si volviéramos la mirada hacia el concepto de pulsión veremos como Freud distingue en “Las pulsiones y sus destinos” dos tipos bien definidos: pulsiones del YO (O de conservación) y pulsiones sexuales. Éstas últimas son numerosas, proceden de múltiples fuentes orgánicas, su objeto es contingente y su meta, la satisfacción pulsional. Presentan cuatro destinos posibles: sublimación, negación, transformación en lo contrario y orientación hacia la propia persona, de estas, nos interesan particularmente las dos últimas. La transformación en lo contrario presenta dos procesos: transición de lo activo a lo pasivo y transformación del contenido. La transición activo-pasivo se representa en el pasaje del atormentar (Fantasías masoquistas en la adultez). En vez de realizar sus sueños neuróticos en actos perversos, Mishima transita un término medio: representa, filma, actúa, se fotografía. Uno de los documentos más interesantes al respecto es la fotografía realizada por Kishin Shinoyama en 1966, en la que Mishima posa encarnando al “San Sebastián” del pintor Guido Reni. El San Sebastián de Mishima es una muestra más de que está actuando lo que escribe (Recordar la escena de la eyaculación frente al cuadro en “Confesiones”) la mayoría de los comentaristas señala que el “San Sebastián” de Reni ha sido durante muchos años un fetiche de los homosexuales... Pero pocos captan el sentido de las diferencias que introduce Mishima en su composición; en la fotografía hallamos tres flechas en lugar de las dos del cuadro, todas están manando sangre (Las del cuadro no); la flecha de la región subaxilar (Cuadro) se traslada al centro de la axila; una tercera flecha se aloja en la parte inferior del abdomen; la flexión de la cabeza es distinta, también la colocación de las manos, como nada en Mishima es casual debemos interpretar estas “Diferencias”; la sangre es necesaria pues su estética heroica de la muerte se sustenta en el valor de ella; además, como nos dice el protagonista de “La casa de Kyoto”,: “La sangre manando del cuerpo es un testimonio sin par de la conjunción entre lo interno y lo externo”. La tercera flecha señala el sitio por el cual habrá de comenzar Seppuku cuatro años después; la flecha desplazada hacia la axila encierra dos sentidos: rememora su temprano fetichismo con el sobaco como zona erógena y, casualmente, marca el número uno del canal del corazón (Gyokusen) en la medicina acupuntural japonesa. Shin, el corazón es, al mismo tiempo el órgano y la mente-espíritu. Gyokusen señala un desequilibrio del corazón y de la mente; al volverse doloroso, alerta sobre muerte inminente por paro cardíaco, o advenimiento de la muerte del espíritu, la locura: de más está decir que todo esto, Mishima lo sabe.
La posición de la cabeza varía, mirando hacia las ataduras de las manos, que son perfectamente visibles: en la literatura e imágenes sado-masoquistas las ataduras y ligaduras remplazan a las escenas de flagelación.
El deseo y la excitación al ver cuerpos masculinos se transforma en lo contrario: al ser mirado (Pasivo) reemplaza al mirar (Activo), desea formar su cuerpo y exhibirlo: a los 33 años, recién casado, se embarca en un estrictísimo entrenamiento atlético: practica boxeo, kendo, karate, equitación y físicoculturismo.
Dice de sí mismo: “Me amargaba el hecho de que sólo mi espíritu invisible, fuese capaz de crear visiones tangibles de belleza, ¿Por qué no podía convertirme a mi mismo en algo esencialmente hermoso que valiese la pena mirar?, para ello precisaba transformar mi cuerpo. Cuando el fin lo hube logrado me entró el ansia de mostrárselo a todos, de exhibirlo ante todas las miradas. (Prólogo a “Exposición postura en vida”).
La obsesión narcisista por la propia imagen aporta dos direcciones complementarias: verse y ser visto. El espejo es para los japoneses algo más que un instrumento de vanidad; es un medio para la meditación y el autoconocimiento. Las tres joyas o salvaguardas imperiales son aún hoy: la joya (Representa a Amaterasu, Diosa del sol), la espada representa el poder de las armas y el espejo la fascinación del autoconocimiento, la transparencia mental.
Los psiquiatras japoneses describen una variante de las vivencias de disuasión del YO propias del esquizofrénico; el intento constante por identificarse en el espejo, no reconociéndose en él. Esta tendencia a la contemplación la denominan “Síndrome del espejo”.
Exposiciones fotográficas, películas, teatro kabuki, reiteradas autobiografías son la visualización de un YO patológico dando rienda suelta a sus tendencias morbosas: una versión posible del síndrome del espejo, lo que parece producirse en Mishima es una cierta angustia narcisista, centralizada en la fragmentación y el vacío, que intenta combatir con todos los medios que el arte le proporciona.
Hay en él un marcado tedio de vivir, una profunda sensación de inadecuación que lo deja sólo. Esta soledad poco tiene que ver con la timidez o la dificultad para establecer relaciones. Casi al fin de su vida comenta: “Estoy al borde de la incomunicación”. Al no “Sentir” necesita corroborar su existencia “Viéndola”, condena de narciso ahogándose en su propia imagen. Un personaje de sus novelas dirá: “Ante el espejo sé que existo”. Hay un trasfondo desesperado en el intento de comprobar su existencia. Osamu, el actor de teatro enfermo de tedio de su novela “La casa de Kyoto” recibe la constatación de su propia existencia al recibir una pequeña herida por parte de su amante: “Nunca había tenido una verificación de su existir tan vigorosa como este relámpago de dolor, era dolor necesario lo que estaba necesitando”.
Dolor, placer, muerte configuran la base del cuadro narcisista que aqueja a Mishima. En “Las pulsiones y sus destinos” Freud define: “Nos hemos acostumbrado a denominar narcisismo a la temprana fase del YO, durante la cual se satisfacen autoeroticamente las pulsiones sexuales del mismo”. En la exhibición pública, busca el autor esa imagen de si que restituya la identidad como sujeto; pero amarse a si mismo, no es en Mishima un amor correspondido.
Las menciones a la relación entre su “nuevo cuerpo” y la muerte son muchas como para pasarlas por alto. En uno de sus tantos “autoanálisis” dice: “Además de buscar la armonía de una mens sana in corpore sano… desde mi infancia siento en mí un impulso romántico hacia la muerte; pero un tipo de muerte que requiere como su vehículo un cuerpo de perfección clásica… una figura trágica y poderosa con músculos esculturales es requisito indispensable para una muerte noble y romántica”. Esta confesión es de suma importancia para comprender aspectos de su futura muerte y porque la eludió en el pasado (Mishima fue convocado para morir como Kamikaze. Acudió asustado y en plena somatización febril, por lo cual no fue aceptado). En “Confesiones de una máscara” describe este episodio: “En cuanto me perdieron de vista desde la puerta del cuartel, salí corriendo (···) comprendí claramente que en mi vida futura jamás alcanzaría niveles de gloria que pudiesen justificar haber escapado a la muerte en el ejército”. El seppuku a los 45 años puede considerarse un sustituto tardío pero honorable de esta muerte gloriosa que esquivó de joven.
En “Sol y acero”, intenta una explicación del culto al cuerpo que profesa, justificando al mismo tiempo no haber cumplido con su deber patriótico y la entrega al físicoculturismo: “··· Toda confrontación con la muerte y una carne flácida me parecía un absurdo (···) en resumen, me faltaban los músculos acerados para una muerte romántica”. Durante una entrevista periodística dirá: “Trabajo tanto en el gimnasio porque pienso en morir pronto y quiero fabricarme un hermoso cadáver… lo digo medio en broma”. Citando a Freud “El YO es ante todo un YO corporal, no sólo una esencia-superficie sino él mismo, la proyección de una superficie”, este concepto nos permite comprender el papel de la mirada y del espejo: un espejo de doble faz que forma su superficie desde el sentimiento corporal y al mismo tiempo crea su imagen. Esta imagen sólo la puede crear con los auspicios de la mirada que lo hace testigo de la forma del semejante.
Mishima anuncia muchas su intención de suicidarse, su placer por verse retratado se traduce en una curiosa “exposición funeraria en vida”; muchas de estas fotografías lo muestran casi desnudo blandiendo la katana que utilizaría para abrirse el vientre. Actúa en la película “El rito del amor y la muerte” donde encarna al teniente Takeyama que se realiza un seppuku. (el guión se basa en su cuento “Patriotismo” inspirada en la religión de los oficiales en 1936 pidiendo que el Emperador volviera a reconocer su origen divino). La banda de tela (Hochimaki) que utiliza en las fotografías y que su personaje lleva en la película (tiene escrito en kanjis “Vive siete vidas para mejor servir a la patria”), es la misma que utilizará al tomar de asalto el cuartel general del ejército, secuestrar al generar Mishima y luego autoinmolarse.
Las implicancias políticas del seppuku de Mishima son mucho menos importantes que su significación psicológica. Me permito resumir este trasfondo político en unas pocas consideraciones:
1- Mishima funda un ejército privado para defender al Emperador: el Tatenokay o ejército del escudo.
2- La función de este grupo paramilitar es restituir al Emperador en el sitial que había perdido tras renunciar a su divinidad, al finalizar la segunda guerra mundial.
3- El autor no acepta literalmente la divinidad del Emperador, sin embargo, le reprocha haber renunciado a ella: es el símbolo y síntesis de la cultura nipona. Dice: “Con la deformación de la institución imperial Japón ha perdido su alma”.
4- Esta deformación arranca en el período de la restauración Meiji (Siglo XIX) cuando se destruye a la casta de los Samuraís. La rebelión de la “Liga del viento divino” contra los edictos del Emperador y la sublevación de 1936 son los modelos de la muerte gloriosa por el espíritu perdido del Japón tradicional.
¿Qué esconden estas racionalizaciones que culminan con el episodio del 25 de noviembre de 1970?
Durante la segunda guerra, Mishima tuvo dos contactos con la divinidad del Emperador Hiroito. La primera en la entrega de premios al mejor estudiante de la escuela de los nobles. La segunda, ya la hemos descrito: como escapa a la muerte al evitar su incorporación como kamikaze.
Como hemos señalado, la figura del padre es conflictiva es Mishima. El padre es una figura a quien asusta que su hijo se incline por la literatura. En “Confesiones de una máscara” se menciona al padre destrozando furioso los escritos de su hijo. El cuadro se completa con la madre que asiste angustiada pero sin poder hacer nada y el niño que permanece impasible esta situación genera una superposición de máscaras: una para el padre, otra para la madre y una última para la abuela.
Cuando Mishima, joven escritor, intenta abandonar el puesto que tiene junto a su padre en el ministerio de hacienda; este le hace prometer que será el mejor escritor del país. El joven lo promete y lo hará.
Mishima está dividido por la necesidad de satisfacer a dos padres: el biológico, al que logra complacer, y el Emperador, al que ha traicionado al no morir por él.
En “Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”, André Green recorre las distintas versiones del mito de Narciso. En la versión de Ovidio, Narciso es hijo del Río Cefiso y de la ninfa Liriope. La ninfa eco se enamora de él pero es rechazada. Narciso se deja morir prendado de una imagen que ve en el agua y no reconoce como propia. Se enamora de la imagen paterna y rechaza a la imagen de lo femenino, la madre. En la versión Boecia, es amado por un joven al que rechaza; le regala una espada que éste utiliza para suicidarse. Narciso reconoce haber perdido su objeto de amor y también se mata.
En pausanias, tiene una hermana gemela que muere. El duelo lo lleva a reencontrar en su imagen el rostro de la hermana muerta. Una cuarta versión del mito, la da el escritor inglés Oscar Wilde en un pequeño relato llamado “El discípulo”: A la muerte de Narciso, el estanque que era si gozo se transforma en saladas lágrimas, las ninfas intentan darle consuelo: “No nos sorprende que lamentas así a Narciso, con lo hermoso que era”. El estanque se sorprende y pregunta si Narciso era hermoso. A lo que las ninfas contestan qué cómo no podía saberlo, si Narciso las abandonaba para contemplar su belleza en el estanque. A lo cual el estanque contestó: “Pero yo amaba a Narciso porque, cuando se acostaba a mi lado y se inclinaba sobre mi, en sus ojos mi propia belleza veía reflejada”.
En las dos primeras versiones rechaza el amor heterosexual y homosexual para amarse a si mismo; en la tercera ama a su mitad como a si mismo; en la versión de Wilde, Narciso es solo la superficie espejada en que otro narcisista se observa a si mismo.
Mishima complace a su padre convirtiéndose es el más grande de los escritores japoneses, e intenta aplacar la ira del Dios-Padre-Emperador (El Mikado descrito por Freud en “Tótem y Tabú”), padre cruel al que es necesario satisfacer con la sangre que no vertió al eludir el destino de “Viento Divino” (Kamikaze).
Mishima participa de las cuatro versiones del mito: satisface a su padre volviéndose sobre su propia imagen; anula su homosexualidad latente, amándose y odiándose a si mismo; construye una imagen cual hermafrodita en la relación con su madre, hermana y abuela. Desde la mirada de ese padre narcisista que es el Emperador al que reclama volver a ser Dios.
Como un espejo, su narcisismo se duplica una y otra vez: dos padres a los que servir (Azuma, su padre biológico e Hiroito, dios-padre), dos madres a quienes amar (su madre biológica y su abuela), dos “hermanas” (la que muere, y el mismo vestido de mujer por su abuela); incluso la instancia final, Morita, imagen de Mishima joven que debió dar su vida por el Emperador y el propio Mishima con 45 años, haciendo lo que debió hacer.

Bibliografía:

· J. A. Vallejo- Nágera. Mishima o el placer de morir. Ed. Planeta Barcelona 1987.
· Marguerite Youcenar. Mishima o la visión del vacío. Seix Barral. Barcelona 1985.
· Jack Seward. Harakiri (Ritual suicida japonés). Eyras S.A. Madrid 1988.
· Raymond Thomas. El zen y las artes japonesas. Visión Libros. Barcelona 1986.
· Luis Gregorich. Literatura y homosexualidad. Legasa. Bs. As. 1985.
· Sigmund Freud. Obras completas. Losada Bs. As. 1992.
· André Green. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrupto. Bs. As. 1986.
· Laplanche - Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis. Paidos Bs. As. 1996.
· Otto Fenichel. Teoría Psicoanalítica de las neurosis. Paidos Bs. As. 1966.

1 comentario:

Claudio Goscilo dijo...

Felicitaciones Maestro y mucha merde !!!
Lugar para jugar ala construccion de las verdades y cuando se piense y se sienta tranquilidad de que ya esta lo que se queria lograr tal ves sea el mejor momento para voltear y demoler...no?

Mas luego le escribire algo sobre los articulos. Debo leerlos con mas tiempo vio?
Abrazo y a escribir con el pico y la bola gigante demoledora.
Por muchas implosiones y reconstrucciones.
Cariños:

Claudio Goscilo